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Y ahora al baile! -anunció alegremente el hada.
-¡Oh, madrina, es maravilloso!
Pero no puedo ir con este atuendo -explicó Cenicienta.
-¡Cielos! ¿Pero dónde tengo la cabeza? -dijo la madrina entre risas.
Con un último toque de la varita, convirtió a Cenicienta en la más bella de las princesas. El hada le dio dos zapatillas de cristal que hacían juego con su vestido bordado de hilos de oro. Y le advirtió:
—Tienes que irte del baile antes de que suenen las doce campanadas de la medianoche, pues en ese momento se romperá el encanto.
La muchacha prometió obedecer y se fue.
Cuando Cenicienta llegó al castillo, fue recibida como toda una princesa. Conquistado por esta bella desconocida, el príncipe la invitó a bailar y no la dejó en toda la velada. Como Cenicienta también se sentía encantada, olvidó las recomendaciones de su madrina. Y al primer toque del reloj a medianoche, escapó y dejó al príncipe desamparado. En su huida, perdió una zapatilla que el príncipe se apresuró a recoger.
La joven regresó a su casa sin carroza ni lacayos y vestida simplemente con sus viejas ropas. Pero en uno de sus pies brillaba todavía una de las zapatillas de cristal.