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Había una vez una niña llamada Adriana,
que nunca sonreía, su mirada era seria.
Nos acercamos, poco a poco,
y su confianza se ganó en un soplo.
Su sonrisa brilló y nunca se apagó,
pues con empatía, su tristeza cambió.
La empatía es simple, solo hay que preguntar:
"¿Cómo te sientes? ¿En qué puedo ayudar?"
A veces, basta con escuchar,
y una amistad puede comenzar.
Como a María, tan tímida y sola,
le ofrecimos nuestra mano y su alegría voló.
Katarina sonreía como nunca lo hacía,
y el miedo, poco a poco, desaparecía.
Empatía es ponerse en los zapatos de los demás,
entender su dolor, sentir su paz.
Ayudar a un amigo también me ayudó a mí,
y así, todos podemos ser un poco más feliz.