Había una vez una niña llamada Adriana, que nunca sonreía, su mirada era seria. Nos acercamos, poco a poco, y su confianza se ganó en un soplo. Su sonrisa brilló y nunca se apagó, pues con empatía, su tristeza cambió. La empatía es simple, solo hay que preguntar: "¿Cómo te sientes? ¿En qué puedo ayudar?" A veces, basta con escuchar, y una amistad puede comenzar. Como a María, tan tímida y sola, le ofrecimos nuestra mano y su alegría voló. Katarina sonreía como nunca lo hacía, y el miedo, poco a poco, desaparecía. Empatía es ponerse en los zapatos de los demás, entender su dolor, sentir su paz. Ayudar a un amigo también me ayudó a mí, y así, todos podemos ser un poco más feliz.