가사
[Verso 1: La travesía de Campana]
Arrancamos pa’ Campana sin saber ni pa’ dónde,
la costanera llena, parecía el shopping del norte.
Familias, nenes, perros, no se podía ni tirar,
así que nos fuimos a dar vueltas, a ver dónde se podía pescar.
Llegamos al puerto, todo cerrado,
el de seguridad nos mira raro.
Le preguntamos con cara de “dale, ayudanos”,
y nos manda de vuelta a la costanera... ¡nos está boludeando!
Pero el tipo se le queda mirando a Ovi,
le guiña el ojo como si fuera el padrino de la pesca.
“Doblan en la esquina, ahí se pesca posta”,
nos miramos y dijimos “¡vamos, que esta es la nuestra!”
Llegamos al lugar... ¡una playa de camiones!
Los camioneros comiendo milanga con gaseosa.
Ya medio resignados, les preguntamos con fe,
y uno nos dice “bajando esa loma, ahí está el lugar, papá, ¡eh!”
Bajamos como si fuera el Everest,
y encontramos el rincón, ¡una joya, un diez!
Lucho arma las cañas, Ovi saca la carnada,
yo me clavo un juguito y unos chizitos de entrada.
Todo listo, el río brillando, el viento suave,
¡y aparece un barco arenero que nos tapa el paisaje!
Se clava a 4 metros, gigante y ruidoso,
como diciendo “¡salgan de acá, pescadores nerviosos!”
[Verso 2: Zárate bajo el puente]
Después del quilombo en Campana, fuimos pa’ Zárate,
bajo el puente, buscando paz y pique.
Justo se iba una familia del lugar ideal,
y al señor que se iba... ¡le faltaba el pie izquierdo, literal!
Nos miramos raro, pero dijimos “bueno, ya está”,
armamos las cañas, nos pusimos a pescar.
Todo tranquilo, el río, el viento, el sol,
hasta que miramos al costado... ¡y explotó el control!
A tres metros nomás, una pareja pescando,
y al tipo le faltaba la pierna derecha, te lo juro, hermano.
Nos agarró la risa, no sabíamos qué decir,
¡parecía armado por Netflix, no podíamos seguir!
Nos miramos los tres, sin decir palabra,
y nos reímos tanto que se nos cayó la caña.
No pescamos ni un bagre ni una mojarra,
pero esa historia quedó pa’ contarla en la parranda
[Verso 3: El sángueche de mondiola]
Después de pescar (o intentar, mejor dicho),
nos agarró el hambre, el estómago en litigio.
A 50 metros, un food truck de parrilla,
¡olor a gloria, sánguches que brillan!
Esperando el pedido, todos en silencio,
cuando aparece un tipo con acento intenso.
Se para en la fila y dice sin drama:
“¿Me das un sángueche de MONDIOLA, pa ?”
Yo no quería mirar a mi tío Ovi,
porque sabía que si lo hacía, me moría de risa.
Y él igual, aguantando como podía,
hasta que el parrillero le dice con cortesía:
“¿De bondiola?” —y el tipo responde feliz:
“Sisi, de mondiola, como dije al principio.”
Ahí explotamos, no se pudo evitar,
¡la risa fue más fuerte que el hambre de almorzar!