Lời bài hát
La Canción del Yacumama
El sol se filtraba a través de las copas de los árboles, pintando manchas doradas en el suelo de la selva. La humedad se aferraba a la piel de Yara, una joven indígena que se adentraba en el corazón de la Amazonía. Su abuela, la chamana del pueblo, le había encomendado una misión: encontrar la flor de Yacumama, una flor legendaria que florecía solo una vez al año y poseía poderes curativos extraordinarios.
Yara caminaba con cautela, escuchando el susurro de las hojas y el canto de las aves. La selva era un laberinto de vida, un mundo mágico donde los espíritus de la naturaleza se escondían entre las raíces de los árboles y los ríos murmuraban secretos ancestrales.
Un día, mientras cruzaba un río, Yara escuchó una melodía que parecía provenir del fondo del agua. Era una canción profunda y melancólica, que resonaba en su alma. La melodía la guió hasta una cascada oculta, donde una enorme serpiente de escamas plateadas se deslizaba por las rocas. Era Yacumama, la madre de las aguas, la guardiana de la selva.
Yara se arrodilló ante la serpiente, sin miedo. La canción de Yacumama era un canto a la vida, una súplica por la protección de la selva. La joven comprendió que la flor no era un objeto mágico, sino un símbolo de la sabiduría ancestral y la armonía que debía preservarse.
Yacumama, con su mirada profunda y sabia, le reveló a Yara el secreto de la flor: no se encontraba en un lugar específico, sino en el corazón de la selva, donde la vida fluía con mayor intensidad. La flor era la propia selva, la unión de todas las criaturas, el canto de los ríos, la danza de las hojas.
Yara regresó a su pueblo con el corazón lleno de esperanza. Había encontrado la flor de Yacumama, no como un objeto mágico, sino como un compromiso con la protección de la selva. La canción de Yacumama resonaba en su alma, un llamado a la acción, un canto a la vida que debía ser preservado para las futuras generaciones.