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Mientras que sus hermanas tenían muy buenas recámaras, Cenicienta dormía sobre un colchón de paja en el desván. Se sentía infeliz, pero no se atrevía a quejarse con su padre. Un día, se anunció en el castillo un gran baile al que fueron invitadas todas las jóvenes en edad de casarse. Cenicienta planchó los vestidos de sus hermanas y las peinó. A cambio, no recibió más que burlas por sus ropas desgastadas:
-¡El príncipe se reiría si te viera así!
Cuando se fueron, Cenicienta se echó a llorar. De pronto, apareció junto a ella su hada madrina:
—Mi niña querida, ¿te gustaría ir al baile? —le preguntó dulcemente.
Cenicienta aceptó entre sollozos.
-Muy bien. Ve al jardín y tráeme una calabaza grande, seis ratones pequeños, una rata y seis lagartijas.
Luego sacó su varita.
El hada tocó la calabaza con su varita mágica y la transformó en una magnífica carroza dorada. Los ratones se convirtieron en caballos, la rata se transformó en un cochero bigotón y las lagartijas se volvieron elegantes lacayos.