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Desde hace un tiempo, he notado un cambio en mi madre. Es sutil, pero está ahí, como una sombra que se alarga con el paso de los días. A veces, mientras conversamos, veo en sus ojos una chispa de confusión, como si las palabras se le escaparan justo antes de alcanzarla.
Cada mañana, la encuentro en la cocina, preparando el desayuno. Me encanta ese ritual, su risa y la manera en que me pregunta sobre mis planes para el día. Pero últimamente, a menudo repite las mismas preguntas o me cuenta historias que ya había compartido pocas horas antes. La miro, intentando ocultar la preocupación que se asoma por mis labios. No quiero que sienta que estoy juzgando su memoria, pero es difícil no notar esos pequeños tropiezos en su mente.
Hay momentos en los que se sumerge en recuerdos lejanos, hablando de su infancia o de la primera vez que conoció a mi padre. En esos instantes, su rostro se ilumina y puedo ver la vida a través de sus ojos, una vida llena de experiencias y aprendizajes. Pero luego, en un abrir y cerrar de ojos, cambia de tema o se olvida de qué estaba hablando. Las transiciones son abruptas, y a veces siento que estoy perdiendo a la madre que siempre tuve.
Cuando vamos al supermercado, a veces no recuerda qué productos necesitamos. Yo trato de ayudarla, mostrándole la lista que hemos hecho juntas, pero ella parece perdida, mirando los pasillos con una expresión de desconcierto. “¿Qué era lo que teníamos que comprar?”, me pregunta con un tono que mezcla la frustración y la tristeza. En esos momentos, mi corazón se encoge, porque sé que esta situación no es fácil para ella, pero tampoco lo es para mí.
Es un ciclo continuo: días buenos y días menos buenos. En ocasiones, hay destellos de lucidez donde vuelve a ser la madre que siempre he conocido, llena de historias y anécdotas. En otros, la confusión se apodera de su mente, y a veces le cuesta recordar incluso mi nombre. Esa es la parte más dolorosa, cuando me doy cuenta de que la conexión que compartimos está siendo erosionada lentamente.
Cada día, me esfuerzo por mantener viva su esencia, conversando sobre viejos tiempos y reviviendo momentos que sé que aún están grabados en su corazón. Le muestro fotos de la familia y le hablo de mis sueños y aspiraciones, en un intento de anclarla a la realidad presente. Pero el miedo se cierne sobre mí, y aunque trato de ser fuerte, siento cómo la incertidumbre crece en mi pecho.
Sé que no puedo detener el reloj del tiempo, y que la memoria a veces se desvanece como las hojas en otoño. Aun así, estoy decidida a preservar todo lo que pueda de ella, a crear nuevos recuerdos, aunque sean efímeros. A medida que las sombras se alargan, yo estaré aquí, acompañándola en cada paso, aferrándome a las pequeñas cosas que hacen que nuestra historia siga viva.