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Nací donde los mapas se burlan,
donde dicen que no existimos, pero aún así respiramos,
donde nos pintan como un chiste,
pero los míos tienen más historia que los libros que leíste.
Mi pueblo no fue error, ni relleno de frontera,
fue república antes que existiera siquiera la idea.
Aquí no hubo emperador, hubo consejo,
y si hablaba el más viejo, callaban los más sabios lejos.
Nos montamos a caballo,
cuando otros todavía caminaban con el miedo al cuello.
No fuimos esclavos, aunque la historia oficial lo diga,
porque escribir desde el poder es fácil,
más cuando al indígena se le castiga.
No fuimos conquistados…
nosotros abrimos camino, hicimos trato,
porque a los mexicas ya no los aguantaba nadie.
Ellos no eran dioses, eran tiranos,
y los pueblos se unieron, cansados, con el corazón en la mano.
Y no, no fueron mil españoles contra miles de guerreros,
fueron decenas de pueblos contra un imperio embustero.
Esa fue la conquista real,
una guerra civil mesoamericana con final colonial.
Y sí, ahí estuvo La Malinche,
la que tradujo mundos, y no vendió su sangre.
Una mujer que entendía más que los hombres,
y aún así la historia la esconde…
como si entender fuera traición,
como si hablar varios idiomas fuera maldición.
Desde Veracruz traían peces pa’ Moctezuma,
mientras en las sierras la gente moría en la bruma.
¿Y eso es imperio? ¿Eso es cultura?
Eso es tiranía con plumas, adornada de escritura.
Nosotros venimos de otro lado,
de la palabra compartida, del poder rotado.
Una república indígena, con códigos y voz,
no la visión romántica que Hollywood vendió.
Después llegó el virreinato,
y Tlaxcala siguió con trato, con fuero, con respeto pactado.
Pero el verdadero olvido vino con la independencia,
porque los criollos nos vieron como inconveniencia.
De sesenta bajamos a veinte…
y no hablo de edades, hablo de pueblo ausente.
Nos borraron la lengua, nos hicieron “gente decente”,
nos vistieron de mestizos, nos arrancaron la frente.
Nos quitaron el náhuatl, el otomí,
y pusieron una patria que no pensó en mí.
Una bandera que nos llamó traidores,
mientras los de traje firmaban sus errores.
Juárez no fue héroe, fue silencio,
decretó el olvido y fundó el desprecio.
Y ahí comenzó el experimento:
crear un México sin indios, sin alma y sin cimiento.
Pero yo me acuerdo, porque mi abuela me habló bajito,
y mi tierra todavía huele a maíz calentito.
A machete limpio fuimos al norte y al sur,
a fundar ciudades, a ponerle nombre al Perú.
Y si hay guerra, otra vez estaremos ahí,
porque Tlaxcala no se esconde, no huye de su raíz.
No nos borraron, solo nos hicieron más sabios,
más tercos, más listos, más callados.
Pero ya no más.
Ya no quiero que me digan que mi estado no existe,
si el que no ve, es el que más insiste.
Y si alguien me pregunta quién soy,
yo levanto la cara, sin miedo, sin rencor, y le digo hoy:
**"Soy de Tlaxcala, cabrón… y aquí estoy."**