Un carajo impertérrito, que al cielo su espumante cabeza levantaba y coños y más coños desgarraba, de blanca leche encaneciendo el suelo, en su lascivo ardor, cual Monjibelo, nunca su seno túrgido saciaba y con violento empuje penetraba hórridos bosques de erizado pelo. Venció a la humanidad; quedó rendida la fuerza mujeril; mas él, sediento siempre y siempre con ansia coñicida, leche despide y mancha el firmamento, dejando allí su cólera esculpida del carajo en eterno monumento.